Los altares van tomando su lugar en miles de hogares mexicanos. Veladoras, flores, comida, calaveritas de azúcar y al centro esos retratos que significan tanto para nosotros. Sin duda el 1 y 2 de noviembre son unas de las fechas más únicas y especiales que celebramos en el país pues en México nos caracterizamos por nuestra particular relación con la muerte. Nos reímos de ella, nos reunimos en los cementerios y los llenamos de olores y colores y aún así, la muerte también nos infunde el más solemne respeto y más de una vez nos pone a temblar hasta los huesos. Por estos días, las casas y los cementerios son limpiados y el color naranja de la flor de Cempasúchil empieza a inundar los sepulcros.

Esta tradición de orígenes indígenas se remonta a la época prehispánica, siguiendo con la creencia de todas las civilizaciones de que existe una vida después de la muerte. En el caso de nuestros antepasados, éstos velaban a sus difuntos envolviéndoles en un petate y ofreciéndoles comida para el viaje que emprendería su alma. Ellos creían que los  “señores” de Mictlán, lugar de los muertos para los mexicas, definían el destino de las ánimas quienes tenían que atravesar una serie de obstáculos para llegar a su lugar de reposo eterno.

Posteriormente, con la llegada de los españoles, estas costumbres y creencias se fueron adaptando a una nueva cultura y a la religión católica. De acuerdo con la investigadora y antropóloga Elsa Malvido, quien trabajó en la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), las calaveras azucaradas, panes y altares provienen de tradiciones de Europa Medieval, principalmente de España e Italia. Además de mencionar que las celebraciones del “Día de Todos los Santos” y “Día de los Fieles Difuntos” vienen de Francia del siglo X.

Un sincretismo de estas tradiciones se conservan en la actualidad y tiene diversas variaciones dependiendo del estado de la República, siendo Mixquic y Xochimilco en la Ciudad de México, el estado de Oaxaca y Pátzcuaro y Janitzio, en Michoacán, algunos de los lugares con las celebraciones más características. Además, a esta festividad declarada en 2008 como “Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad” por la UNESCO, también se le fueron agregando con el paso del tiempo personajes como las representativas catrinas del artista José Guadalupe Posada, quien caricaturizaba al pueblo como esqueletos pues para él, en la muerte todos somos iguales.                                           

Dentro de esta celebración, las ofrendas juegan un papel de suma importancia pues se cree que las almas de nuestros difuntos tienen la oportunidad de visitarnos y convivir con familiares y amigos quienes los están esperando gustosos con toda clase de alimentos. Éstas deben de tener elementos como fotografías, incienso o copal, veladoras, flores de cempasúchil, calaveritas, papel picado, pan de muerto, entre muchas otras cosas.  

En México, el Día de Muertos es una tradición  viva que significa recuerdos, colores, sabores y sobretodo, es un “no te olvido” a través de las generaciones. Es un nunca terminar de despedirnos de aquellos que viven para siempre en nosotros pues este primero y dos de noviembre, cobijamos los más tristes momentos con el calor de nuestras tradiciones.